Dentro de la literatura apócrifa cristiana que se nos ha conservado en lengua siríaca, la Enseñanza del Apóstol Addai, que presentamos bajo el nombre de Leyenda del rey Abgar y Jesús, ocupa un lugar destacado, por varios motivos. En primer lugar, porque, mientras que la mayoría de los escritos apócrifos en siríaco son traducciones de textos originales griegos, éste es un documento escrito originalmente en siríaco. En segundo lugar, porque nos ha conservado algunas de las leyendas acerca de Jesús, que alcanzaron gran difusión en las iglesias de la antigüedad: las cartas intercambiadas por Abgar, el rey enfermo de Edesa, y Jesús; la leyenda del retrato de Jesús, pintado por Hannán, el secretario de Abgar y conservado en Edesa; la leyenda del hallazgo de la vera crux por Protonice, la supuesta esposa del emperador Claudio; las cartas intercambiadas por Tiberio y Abgar, y por Abgar y Narsés, rey de los persas, etc. Finalmente, porque supone una ayuda inestimable para conocer el nacimiento y el desarrollo del cristianismo en el área de Mesopotamia y la Siria oriental a partir del siglo II.
El autor de esta obra, fechada hacia finales del siglo IV, parece ser un clérigo de la iglesia de Edesa, preocupado por defender la fe ortodoxa de los peligros de la herejía arriana.
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Después de haber publicado, apremiados por los pedidos de algunos hermanos, cierto opúsculo (Monologion) como ejemplo de meditación sobre la racionalidad de la fe, desde el punto de vista de alguien que busca lo que ignora, razonando el silencio consigo mismo, me di cuenta de que está constituido por un encadenamiento de numerosos argumentos; entonces empecé a investigar si acaso no podría hallarse un argumento que no necesitase ningún otro para probarse a sí mismo, y que se bastase para asentar que Dios existe verdaderamente y es el bien supremo (que no necesita de ningún otro bien, pero que todo lo necesita para ser y ser bien), y para aceptar todas nuestras creencias respecto de la sustancia divina.
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La redacción de un documento literario que proclama el evangelio describiendo cómo Jesús lo proclamó, marca una época en la formación de la teología del Nuevo Testamento. En las motivaciones de que lo concibió y compuso se hallan las pautas para descubrir la teología del autor. Descubriremos sin duda tanto razones históricas como doctrinales.
Un análisis de las tendencias redaccionales también permitirá sacar algunas conclusiones, con evidencia textual, en cuando al propósito querigmático. La imagen de Jesús debe ser visualizada en la perspectiva del evangelista que selecciona los materiales que llegaron hasta él a través de la tradición oral y que él compone en las distintas etapas de la elaboración de su libro. Es ésta la perspectiva que revela el pensamiento teológico del hagiógrafo.
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En el año 1536 apareció la primera edición de la Institución de la religión cristiana, obra de un joven francés que se había convertido a la fe evangélica. El mismo año se inició en Ginebra la reforma religiosa encabezada por el autor de aquella obra. Fuera difícil señalar dos acontecimientos, el uno de orden intelectual y literario, el otro más en el campo de la acción, que tuviesen consecuencias más trascendentes en la historia y el pensamiento cristianos. Como expresión clásica del contenido de la fe cristiana, la Institución sólo puede compararse a la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, obra del siglo XIII que marca aún hoy los rumbos de la teología católica romana, a La fe cristiana de Schleiermacher, que dio nuevas orientaciones a la teología protestante del siglo XIX, y a la Dogmática eclesiástica de Carlos Barth. Como movimiento de reforma, la obra de Calvino en Ginebra y sus derivaciones en toda Europa occidental, sólo puede parangonarse con la acción heroica de su gran precursor, Martín Lutero, cuando quemó la bula papal en una plaza de Witenberg.
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