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Una polémica representa siempre una coyuntura histórica. Hay coyunturas pasajeras que se olvidan. Pero hay también coyunturas reveladoras; coyunturas donde aparece a la luz del día lo que normalmente está oculto o desconocido. La historia es la maestra de los pueblos, pero siempre necesario aprender de ella; las coyunturas y las polémicas son siempre sus mejores lecciones.
Este libro tiene dos partes. En la primera presentamos los documentos de la polémica entre el periódico La Nación y la Iglesia. En la segunda parte incluimos siete intervenciones donde de comenta y se analiza la misma polémica.
Al publicar este libro, el DEI busca hacer un parte a la historia de Costa Rica.

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En la segunda mitad del año 1970, la Iglesia argentina iniciaba su más ruda hora de prueba desde 1945, cuando una razón política - la actitud a seguir con el peronismo - dividió a sacerdotes y laicos. Ahora, los motivos de la crisis son más hondos y esenciales: se discute, en suma, la propia misión de la Iglesia. Es un debate que tiene, al menos, cinco años de edad; un hecho inesperado - el asesinato de Pablo Eugenio Aramburu - lo convirtió en guerra.
Como es notorio, el 8 de julio fue detenido el sacerdote Alberto Fernando Carbone, del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, a quien doce días después la Policía Federal acusó de tener en su poder la máquina de escribir que los raptores de Aramburu utilizaron para sus comunicados, amén de documentación cuyo contenido no se reveló. Pese a que Justicia no ha dictado fallo, ese arresto bastó para que muchos católicos - o que se dicen tales - agraviaran a Carbone y a quienes comparten sus ideas. La presunta vinculación de algunos laicos cristianos en el criminal episodio agravó la ofensiva.
Un vespertino, "La Razón", desató públicamente esta campaña donde se emplearon todas las artes, menos la prudencia, donde hasta el nombre del Arzobispo Coadjuntor de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, fue mezclado tendenciosamente. Al idioma vigoroso aunque exento de personalizaciones y de ataques a la Iglesia y sus ministros, que caracteriza al Movimiento del Tercer Mundo, se opuso una serie de textos que en ciertos casos lindaron con la denuncia policial.

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Al tocar este punto tropezamos con un impedimento metodológico de no poca importancia y se plantea automáticamente el problema de cómo distinguir entre "iglesias" protestantes y "sectas" protestantes. Con respecto a esta distinción que puede o debe hacerse, hay un criterio defendido por no pocos, según el cual no puede hablarse de una verdadera diferencia, puesto que ella, si existiese, se limitaría a ser netamente histórica, sin afectar el núcleo mismo del problema. Ambos sectores, se dice, hállense en un principio en la misma situación. Ambos, objetivamente vistos en lo que se refiere a la cuestión religiosa, están separados de la única y verdadera Iglesia, que se basa en la institución divina, en la doctrina auténtica y una tradición milenaria. Por esto no tiene, en el fondo, ninguna importancia si uno de los grupos separados ha llegado a declararse "Iglesia", porque circunstancias exteriores favorables, apoyo estatal o propia consolidación interior, le han llevado a esa emancipación y a esa aparente altura; o si un grupo más reducido de esos separatistas, que no se fundan en la sucesión apostólica y prescinden de someterse al código de la gran Iglesia, se contentan con llamarse sectas cristianas, escribiendo abiertamente la palabra "secta" en su pendón.

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