Surgida por fin de la "era de las tinieblas", el cristianismo mostró un ímpetu irresistible que se derramaba en múltiples direcciones. Los ideales del monarquismo y la pobreza vieron su más alta expresión en San Francisco de Asís. Los ideales del estudio unido a la devoción la vieron en las universidades de Paría y de Oxford, y en la vida y obra de Buenaventura y Santo Tomás de Aquino. Hubo misioneros cristianos en remotas regiones de Asia. En las cruzadas y en España el militarismo se confundió con la fe. En Roma, Inocencio III llevó al papado a la cumbre de su poder y en mil iglesias y catedrales góticas los sueños de Europa se elevaron al cielo.
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Nuevas condiciones políticas y económicas pusieron fin a la "era de los altos ideales". La peste bubónica, que despobló regiones enteras, sembró el pavor en toda Europa. La muerte se volvió el tema principal de la predicación cristiana. El papado cayó en el descredito al pasar primero por a "cautividad babilónica" de Aviñón, después por el Gran Cisma (cuando llegó a haber tres papas al mismo tiempo) y por la serie indigna de los papas del Renacimiento. Buena parte de la Iglesia se corrompió de igual manera. Constantinopla, el viejo baluarte cristiano, cayó en poder de los turcos. Pero en medio de todo ello hubo un ímpetu reformador, en el que hallaron eco las palabras de Savonarola, Wyclif, Hussb y otros.
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Los nombres conocidos de Lutero, Zwinglio, Calvino, Knox y otros ocupan buena parte de este volumen. Pero también se le presta especial atención a los acontecimientos que tuvieron lugar en España, tanto entre católicos como entre quienes escucharon el llamado de la Reforma protestante. Al narrar esta historia de una era borrascosa que sentó las bases de los tiempos modernos, el autor señala el modo e que los elementos religiosos y teológicos se relacionaron con las circunstancias políticas, económicas y sociales.
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Los siglos XVII y XVIII trajeron un despertar intelectual que puso en duda buena parte de la doctrina tradicional del cristianismo. Muchos de los portavoces de ese despertar eran cristianos convencidos, aunque en algunos casos sus iglesias condenaron sus opiniones. Por su parte, la teología respondió mediante sistemas doctrinales cada vez más rígidos y cerrados. Frente a tal situación, se produjo un gran movimiento que subrayaba la fe personal. En este volumen, el autor narra esos acontecimientos, con especial atención al pietismo, a los moravos y a Juan Wesley y el movimiento metodista.
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