El hombre es curioso por naturaleza; quiere ver "cómo andan las ruedas", y desde épocas remotas ha procurado penetrar los secretos del universo; pero sólo en los últimos tiempos, con la ayuda del telescopio, el microscopio y demás instrumentos científicos, ha podido llevar sus pesquisas hasta el corazón mismo de la naturaleza y hacer descubrimientos que ni siquiera había soñado. Ello ha estimulado inmensamente su deseo de saber, y la investigación científica se desarrolla hoy con intensidad, paciencia y éxito nunca vistos. Veamos algunos de los resultados de esa investigación.
La primera impresión que el hombre recibió al contemplar el mundo que lo rodeaba fue que existían dos especies de cosas: las visibles y las invisibles. Había piedras, árboles y toda suerte de cuerpos que podían ser vistos y tocados; y también había fuerzas invisibles, que se manifestaban en el viento, en el crecimiento de las plantas y los animales, y en la mente del hombre mismo. Lo natural era suponer que había espíritus, semejantes al propio espíritu del hombre, que habitaban la tierra y el cielo, y cuyo poder se veía en la marcha de las nubes, en el movimiento de las ondas del mar y en la germinación de las semillas. Cuán difundida y poderosa fue esta idea se puede comprender por la prevalencia de las distintas religiones animistas, según las cuales el principal empeño del hombre era dominar o pacificar como mejor pudiera a esos espíritus invisibles.
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¿Qué es la Iglesia? ¿Qué es el Individuo? ¿Qué es el Cristo? La enorme mayoría de los contemporáneos no lo sabe. Es posible que hubo un tiempo en que lo supiera. Hoy lo ha olvidado y no puede, no quiere recordarlo. Hacérselo sentir es casi tan difícil como enseñar a un ciego de nacimiento qué es el día o a un sordo de la misma clase qué es el sonido. Además, los hombres comprenden mal lo que es inútil para ellos o les parece tal. Lo más inútil para el hombre de nuestra época y por lo tanto lo más incomprensible de esos tres anillos tan firmemente soldados entre sí: Iglesia, Individuo, Cristo, es el central.
Mejor que nadie, Lutero sabe cómo el anillo central de la trinitaria concatenación: Cristo, Individualidad, Iglesia, se una a los otros dos. Y podría enseñárnoslo. Si no hay para nosotros salvación fuera de la Iglesia y si el único camino que lleva a ella es la Individualidad, Lutero podría ayudarnos, también mejor que nadie, a lograr nuestra salvación.
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Al cumplirse 500 años del nacimiento de Martín Lutero, Raúl Macín se pregunta en la presente obra sobre la presencia o la ausencia del genio y espíritu del protestantismo en nuestro país. Tras una detallada historia de las iglesias protestantes que existen en México, y de los brotes que en varias de ellas se han dado hacia un encuentro con lo que puede llamarse la reforma radical, el autor establece una clara diferencia entre una práctica religiosa fincada en un auténtico contenido evangélico y aquella basa en la tradición y el formalismo su vida cotidiana; entre una religión llamada a transformar la realidad y otra que medra en la realidad estática.
Raúl Macín considera que el genio y el espíritu de la reforma iniciada por Lutero se encuentra en una pastoral liberadora y solidaria, sustentada hoy en México por una minoría de la minoría que lucha porque el evangelio, texto y no pretexto, sea en realidad la buena nueva en este mundo tan necesitado de ellas.
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La idea de esta investigación surgió como lo cuenta Quince Duncan: "Cuando publiqué el librito de cuentos 'El Pozo y una Carta', en julio de 1969, me trasladé a Limón a venderlo personalmente. La gente que hablaba me decía que era una maravilla que un negro escribiera. Luego, por invitación de unos jóvenes sostuve una charla con ellos, y entre otras cosas les pregunté sobre la llegada del negro a Limón, y su historia al respecto. Se quedaron mudos. No me supieron informar nada. Dijeron que en la escuela ellos les habían dicho que los negros llegaron a Limón hace muchísimos años, como vagabundos, colados en barcos. A partir de entonces empezó a inquietarme el tema.
Empecé a investigar y encontré una serie de datos sobre la llegada de los negros a Limón, pero carecía de informaciones imprescindibles y del conocimiento de fuentes históricas a las cuales recurrir. Pensé en buscar a Don Carlos Meléndez, de cuyo conocimiento sobre historia y capacidad de investigación todos sabemos, pero no me atreví a hacerlo pensando que Don Carlos estaría muy ocupado, como realmente lo está. Pero un día lo encontré frente al Teatro Nacional y empezamos a hablar del tema. Le conté lo que pensaba hacer y le indiqué mis limitaciones. Y allí, en esa conversación, acordamos hacer el trabajo conjunto."
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