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La promesa bíblica de una nueva tierra y de un nuevo cielo en el cual el amor, la paz y la justicia prevalecerán, nos invita a actuar en la historia como cristianos. El contraste de esa visión con la realidad de nuestro día revela la monstruosidad del pecado humano, el mas desatado por el rechazo de la voluntad liberadora de Dios para la humanidad. El pecado que aleja a las personas de Dios, de sus semejantes y de la naturaleza, se manifiesta en formas individuales y corporativas, como también en la esclavitud de la voluntad humana y en las estructuras sociales, políticas, y económicas de dominación y dependencia.
La Iglesia es enviada al mundo para llamar a las gentes y a las naciones al arrepentimiento, para anunciar el perdón del pecado y un nuevo comienzo en las relaciones con Dios y los semejantes por medio de Jesucristo. Este llamado evangelístico tiene una nueva urgencia en el día de hoy.
En un mundo donde aumenta constantemente el número de personas que no tienen oportunidad de conocer la historia de Jesús ¡cuán necesario es que la vocación testificadora de la Iglesia sea multiplicada!

U16642 

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La experiencia de la injusticia de nuestro mundo, vivida desde una cierta cercanía y solidaridad con los depauperados de nuestro tiempo, resulta auténticamente lacerante e interpoladora cuando se constata que en esta realidad de injusticia estamos implicados los cristianos, muchas veces como causantes directos y casi siempre como cómplices silenciosos que nos tapamos los oídos, los ojos y la boca. Si la admiración está en el origen de toda sabiduría, en este caso el asombro se convierte en indignación: ¿Cómo es posible?
Los cristianos tenemos planteado hoy un auténtico reto: volver a unir, como en la iglesia primitiva, fe y solidaridad. Esta tarea no es meramente intelectual, sino que implica una conversión radical, un nacer de nuevo. Nosotros, en el silencio de la noche, nos preguntamos, como Nicodemo, si es posible nacer de nuevo siendo ya viejo. Pero la fuerza del Espíritu es capaz de hacernos renacer a la solidaridad del Reino. Ciertamente que el Espíritu, como el viento, sopla donde quiere y no sabemos de dónde viene ni dónde va. Pero en el clamor de los pobres de nuestro mundo podemos escuchar hoy su voz. Y éste puede ser el punto de partida para una iniciación a la solidaridad.

U16644 

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