Una espiritualidad de la liberación debe estar impregnada de una vivencia de gratitud. La comunión con el Señor y con todos los hombres, es, ante todo, un don. De ahí la universalidad y la radicalidad de la liberación que él aporta. Un don que lejos de ser un llamado a la pasividad exige una actitud vigilante. El encuentro con el Señor supone atención, disposición activa, trabajo, fidelidad a su voluntad, fructificación de los talentos recibidos. Pero saber que en la raíz de nuestra existencia personal y comunitaria se halla el don de la autocomunicación de Dios, la gracia de su amistad, llena de gratuidad nuestra vida. Nos hace ver como un don de nuestros encuentros con otros hombres, nuestros afectos, todo lo que en ella nos sucede. Sólo el amor gratuito va hasta la raíz de nosotros mismos y hace brotar desde allí un verdadero amor.
U13563