La historia académica no puede bastarse en sí misma, hace falta interpretación. Esto es evidente y Butterfield se propone lograr una verdadera interpretación de la historia, y para ello empieza por criticar aquellas que son falsas. Y entre éstas figuran las de todos los pensadores que establecen una relación entre el desarrollo técnico y el progreso moral, cuya ilusión consiste en creer que las condiciones de vida modifican la naturaleza humana. Pero ningún progreso técnico o social tiene eficacia sobre el hombre, porque, como sostiene Butterfield, "ningún hombre ha inventado todavía una estructura política sin que la inventiva del diablo no encuentre el medio de explotarla con fines perversos". Hay un principio esencial para el historiador: no creer en la naturaleza humana. Nunca se comprenderá nada de historia si no se parte del principio de la culpabilidad universal. Esto constituye el punto central del libro, la idea esencial del autor. Una palabra se repite a menudo en este libro, que expresa a la vez todo su contenido humano y divino. Es la palabra juicio. El juicio es una manifestación de lo que son las cosas a los ojos de Dios, es decir, de lo que son realmente. A la luz de juicio se ilumina verdaderamente la historia. El inmenso mérito del libro Butterfield consiste en mostrar que, fuera de él, la historia carece de significado.
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