Una de la funciones imprescindibles de la vida cristiana es la reflexión o meditación, si es que somos seres racionales y Dios es algo que vale la pena conocer y vivir. Un ejemplo siempre claro lo tenemos en los mismos Evangelios, que son más que nada el reflejo de las primitivas comunidades sobre el hecho cristiano.
El problema está en encontrar libros de meditación con una sólida urdimbre mental, que no se diluye en reflexiones desvaídas y en sentimentalismo ñoño. Esa nota es la que ha arrojado el descrédito sobre esta función capital de la vida cristiana.
Si hay algún tema central en el cristianismo, indudablemente lo es la pasión y resurrección de Cristo. Karl Barth siempre es profundo. Sabe hermanar admirablemente la sencillez con la densidad mental. Sus mismas oraciones, breves y sobrias, constituyen un resumen magnífico del tema desarrollado. Además, su dominio de la palabra de Dios le permite establecer relaciones, que proyectan sobre el tema una luz insospechada. Es una escuela de cómo hay que meditar la palabra de Dios, rebosante de vida mucho más de lo que solemos sospechar.
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