Muchas y significantes lágrimas se han derramado por la muerte de Monseñor Proaño. Sin exageración alguna, se puede decir que todo el pueblo ecuatoriano ha despedido con sus lágrimas al hombre del pueblo que encamó sus dolores y esperanzas. He reflexionado sobre este hecho tan revelador y he llegado a persuadirme de que, en estricta justicia, sólo tienen derecho a solidarizarse con Monseñor Proaño en su muerte quienes fueron solidarios con él en su vida, sus compañeros de lucha, sus compañeros de cárcel por causas del Evangelio.
Cuando eran trasladados sus restos mortales en Ibarra, desde el Municipio a la Catedral, un señor que estaba a mi lado hizo esta reflexión: "Ahora sí, homenajes solemnes... Pero ¿quién se acordó de él cuando cayó preso?"
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