Sabido es que la concepción filosófica, subyacente al pensamiento agustiniano, es platónica y, con más precisión aún, neoplatónica. Sin embargo, nada más ajeno al genio, eminentemente analítico, vivo y personal de San Agustín, que la recepción pasiva de un pensamiento extraño, máxime cuando éste es incompatible, en no pocos puntos, con la doctrina cristiana. Aún creyendo seguir el pensamiento ajeno -como en el caso de los "libros platónicos" (casi con seguridad las Enneadas de Plotino), en los cuales creía encontrar la solución de sus problemas- San Agustín seguía su propio pensamiento: reelaboraba una nueva concepción, que era la suya y no la que él precisamente creía estar leyendo.
Tal se manifiesta también en este libro De immortalitate animae, que hoy da a luz este Instituto de Filosofía. El clima y desarrollo de su argumentación evoca inmediatamente la concepción platónica de Fedón -¡tan grande es su semejanza!- ; y, sin embargo, a poco que lo analicemos con más detención, se ve enseguida que las pruebas platónicas han sido tan solo una incitación para una reelaboración de las mismas, transportadas e incorporadas a una concepción cristiana a a vez que acuñadas por la propia mente de San Agustín.
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