Tal vez parezca a primera vista desconcertante presentar una Historia de la Iglesia apelando a consideraciones de naturaleza teológica, cuando el progreso de un siglo de estudios sobre esta materia ha consistido precisamente en distinguir cada vez mejor los diversos planos y métodos. Como reflexión sobre los datos de la Revelación, la teología supone fe, es decir, una actitud del espíritu que, siendo racional, pero de naturaleza no científica, implica una intervención sobrenatural a la que responde un compromiso personal con Dios. Por el contrario, la historia de la Iglesia, como todo trabajo histórico, intenta reconstruir por métodos rigurosamente científicos, lo más objetivos posibles, el pasado de la sociedad eclesiástica, su evolución a través de los siglos y los rasgos particulares q la caracterizaron en cada época, según cabe llegar a ellos mediante las huellas que ese pasado ha dejado en los documentos escritos, en los monumentos arqueológicos y en otras fuentes sometidas al tamiz de la crítica histórica elaborada por generaciones de eruditos. El teólogo nos presenta el punto de vista de Dios sobre la naturaleza profunda de la Iglesia y su papel en el misterio de salvación de la humanidad. El historiador de la Iglesia nos describe las vicisitudes concretas de esa Iglesia, situándolas en el marco más general de los acontecimientos profanos, sin ninguna intención apologética o edificante, movido por el único afán de mostrar y explicar, algún la fórmula de Ranke, lo que ha sucedido.
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