Frente a la estructura y la vitalidad de Martín Lutero, Juan Calvino (1509-1564) parece una figura sin brillo. A menudo, la historia ha visto en él a un reformador frío y distante, desapasionado y poco dado a hablar de sí mismo. No obstante, tuvo una vida intensa y llena de contrastes, atravesada en todo momento por la violencia de entregarse a una humanidad que quería fraterna y solidaria. Fundó una fe evangélica que trataba de romper con la angustia que él mismo había sufrido antes de la conversión, con las ilusiones que adormecían, según él, a los cristianos de su época. Sería, por tanto, anacrónico considerarle inventor o incluso partero de la "modernidad", pues se halla inmerso en un siglo XVI invadido de dudas y temores, atormentado por la lacerante cuestión de la salvación, pero abierto también a una profunda esperanza, al deseo de convertir en sabiduría la vida cotidiana.
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