Gregorio divide su obra en cuatro partes en las cuales pretende dar la imagen del buen pastor: su vocación, su vida, su ministerio y su humildad.
La vocación: quién se sienta llamado por Dios al ministerio pastoral debe prepararse sin pusilanimidad pero también sin orgullo porque el pastor es llamado a un servicio que es todo un arte, más aún es "el arte de las artes", debe por tanto adquirir todas aquellas disposiciones, cualidades y virtudes que requiere este servicio. Superar todas aquellas imperfecciones que ya el mismo Señor en el Antiguo Testamento no quiere en los sacerdotes Levitas. Once capítulos explican este pensamiento.
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