Surgida por fin de la "era de las tinieblas", el cristianismo mostró un ímpetu irresistible que se derramaba en múltiples direcciones. Los ideales del monarquismo y la pobreza vieron su más alta expresión en San Francisco de Asís. Los ideales del estudio unido a la devoción la vieron en las universidades de Paría y de Oxford, y en la vida y obra de Buenaventura y Santo Tomás de Aquino. Hubo misioneros cristianos en remotas regiones de Asia. En las cruzadas y en España el militarismo se confundió con la fe. En Roma, Inocencio III llevó al papado a la cumbre de su poder y en mil iglesias y catedrales góticas los sueños de Europa se elevaron al cielo.
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