Hegel ha planteado un problema que nuestro siglo trata de resolver. El filósofo vivió el desmoronamiento de un mundo y el surgimiento de otro.
El método que elaboró para tratar de desentrañar los desgarramientos y las contradicciones de su tiempo -la dialéctica idealista- sólo puede ser comprendido si se parte de la experiencia viva y del drama experimentado que fueron los que suscitaron su exigencia filosófica.
Esa experiencia y ese drama deben primero ser restituidos en su complejidad y su totalidad.
El sistema hegeliano no es la conclusión de una especia de silogismo histórico a cuto término el idealismo absoluto de Hegel vendría a reemplazar, por necesidad lógica, al idealismo subjetivo de Fichte y al idealismo objetivo de Schelling. Aunque Hegel haya dado a este esquema la garantía de su propia Historia de la filosofía, la génesis de su pensamiento es infinitamente más rica: la identificación de las doctrinas no es más que un momento y por tanto es secundario.
El sistema hegeliano no es sólo la simple racionalización de una experiencia religiosa. Indiscutiblemente allí también el movimiento por el que la conciencia infeliz supera su propio desgarramiento al participar por una relación viva en una totalidad superior, ha proporcionado a Hegel uno de los puntos de partida de su pensamiento. Mas sería limitar y mutilar la doctrina si sólo se viera en ella una construcción filosófica de las estructuras descubiertas con anterioridad en las relaciones entre el hombre y Dios
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