Estas notas, que emanan de la experiencia de vida de alguien que nació en una pequeña y aislada comunidad en al cordillera central de Puerto Rico, entre gentes sencillas y pobres, y en el seno de una familia numerosa.
Estas páginas hablan de alguien que pudo salir adelante ante esas circunstancias, ayudado de la mano y por la generosidad de otros, y que ha podido vivir una vida llena de oportunidades y de logros significativos. Y quien, en su trayectoria personal y profesional, ha contribuido a romper barreras que niegan a otros seres humanos el ejercicio de si plena libertad y dignidad como criaturas de este planeta.
Hoy en día, examinando ese pasado y mi trayectoria, dos experiencias, a las que luego referiré m{as ampliamente, han marcado mi vida y me mueven a escribir estas páginas. Primero, ese evento histórico en Filadelfia el 29 de julio de 1974, en el que once mujeres, hasta entonces María Dolores, excluida y discriminadas, conscientes sobre las consecuencias que tal ordenación podrían causarle, y con el concurso y el apoyo de cuatro obispos episcopales, entre ellos un servidor, fueron ordenadas sacerdotes de la iglesia episcopal en un evento de desobediencia a las cánones de la iglesia episcopal, rompiendo así una barrera discriminatoria de siglos en la vida de la tradición católica. Con mi presencia y participación, siendo el único obispo diocesano activo presente en ese evento histórico, me jugué mi episcopado de solo cinco años. Sin embargo, mirando retrospectivamente, considero que ese testimonio valió la pena pues se hizo historia liberadora.
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