Antes de examinar más detenidamente este nuevo movimiento, puede sernos útil reflexionar sobre la costumbre de las peregrinaciones tal como ella dio forma a la historia del Medio Oriente desde que se recuerda. Esta región acunó los primeros comienzos de la civilización humana y alimentó el desarrollo de las religiones más elevadas de la humanidad. No es sorprendente, pues, que podamos seguir las rutas de la peregrinación hasta las nieblas de la antigüedad pagana.
La humanidad parece tener una tendencia innata a atribuir un sentido de santidad a ciertos lugares especiales. La primitiva religión a menudo ha atribuido una significación sagrada a características destacadas del paisaje natural, tales como las montañas, las fuentes y los ríos. Aún pueden verse, coronando las colinas de Palestina y el Líbano, bosquecillos sagrados de encinas o cedros. Estos son lo "lugares altos" de los cultos antiguos que en un tiempo eran considerados como las moradas particulares de los dioses locales. A través de las edades, hombres y mujeres han peregrinado hacia tales sitios, en súplica y apaciguamiento, ofreciendo sus sacrificios y ofrendas consagradas, tratando de obtener de las divinidades algún beneficio o ayuda.
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