La educación no constituye para la Iglesia una tarea de proselitismo ni un beneficio reservado a la promoción de sus fieles. La misión de educar la asume como preocupación y responsabilidad de servicio prioritario para todos los hombres y para todo el hombre. Entiende que ha de ayudar a salvarlo en orden de su destino eterno para lo cual ha de promoverlo también a fin de que ocupe el puesto que Dios le ha dado en el cosmos como señor y rector de todo lo creado y como hermano de los demás.
Así pues, muchas de estas reflexiones podrán considerarse dirigidas a todos en general. La educación no es función exclusiva de todos en la doble dimensión de educarse y educar. Cada cual en la medida de sus posibilidades y en los ámbitos de su actuación.
Por eso también creemos que toda convocatoria a trabajo educativo ha de comenzar por la invitación la autoeducación permanente, sobre todo al considerar que educamos más de lo que somos que por aquello que decimos.
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