Desde la primera "Bienaventuranza" de Jesús, los pobres no han dejado de ocupar un lugar de importancia céntrica en el pensamiento cristiano y en el pensamiento de occidente. Por épocas se intentó leer las palabras del testimonio bíblico de manera simbólica, analógica y alegórica. En otros momentos, en cambio, se propuso la más cruda pobreza como modelo de una verdadera espiritualidad. Hoy, en tiempos cuando la esperanza del creyente se cifre en expectativas bien concretas, la eliminación de la pobreza es un anticipo del Reino por el cual los hijos de Dios deben trabajar y luchar.
La pobreza nunca fue considerada como un fenómeno aislado, que pudiera ponerse entre paréntesis. Cuando los antiguos creían que la abundancia era parte de una paz con que Dios bendecía a sus elegidos, la pobreza fue una maldición. Pero Jesús fue pobre, y alcanzó la categoría de una virtud. Las ciencia sociales, desarrolladas a partir del siglo XIX, identificaron víctimas y victimarios en el fenómeno contradictorio de la pobreza dentro de un mundo donde las tecnologías permitían el despilfarro. Hoy, objetos de una nueva mística, los pobres sufren la misma miseria que siempre los marginó, pero son son envidiados por quienes ven en ellos el epítome de "pueblo". Tales son algunos de los vaivenes de un tema que recorre, como hilo vasto, toda la trama de la historia de nuestro pensamiento: misterio excelso, drama, lacra deleznable, justificación última.
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