Diariamente enfrentamos circunstancias que nos invitan a la reflexión. Son los hechos más diversos, no siempre los de mayor trascendencia, cosas que más de una vez olvidamos al poco tiempo. O quizá se trata de episodios que se repiten y a los cuales terminamos por acostumbrarnos y no prestarles atención.
Roberto Ríos fue un observador atento. Su mirada lúcida penetraba en los niveles más profundos de la realidad cotidiana. Sabía relacionar una cosa con la otra. Extraía del más mínimo incidente, de la más oculta evidencia, de los signos que distraídamente pasamos de largo, la honda lección espiritual que necesitamos para aprender a vivir mejor. Exprimía para nosotros el zumo moral de la vida, alimento viral de quienes aspiran a realizar de manera plena su potencial humano.
La muerte prematura y muy sentida del autor en 1979 no hace sino resaltar el valor de su obra escrita, que adquiere el carácter de un auténtico legado espiritual.
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