El autor plantea, con razón, que el libro de Reyes es un tratado de moral sobre el ejercicio del poder. Porque estas crónicas que cubren cuatrocientos años de monarquía israelita nos recuerdan ante todo que es Dios quien gobierna la historia, y que lo hace a través de las imperfecciones y desvíos humanos. Esa afirmación de la soberanía divina tiene como telón de fondo una dialéctica entre juicio y salvación, entre una visión pesimista y otra esperanzadora de la historia humana, dialéctica que nos atrapa y que informa nuestra praxis política. Pero, al fin de cuentas, "Dios escribe en línea recta con nuestros trazos sinuosos", incluso si no somos capaces de discernir ni percibir la caligrafía divina en nuestra angustiosa cotidianidad.
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