Es relativamente reciente entre nosotros la conciencia de la importancia que la cultura y las culturas tienen en la configuración de la vida social, económica y política: entendiendo por "cultura" todo aquello que se refiere a las creencias, los símbolos de integración, las prácticas ceremoniales, la forma de sentir, organizarse o relacionarse con el tiempo que pasa; es decir, los hábitos y las costumbres que conforman la identidad de los individuos y los pueblos. Por eso la pregunta que se formula en este cuaderno es si nuestra cultura permite vivir como seres humanos, en respeto y en dignidad, o si ha de ser trabajada para orientarla en esa dirección. Y lo cierto es que parece muy necesitada del contrapeso moral que defina la libertad como preocupación por el bien común.
Los cristianos tienen una cuota importante de responsabilidad a la hora de regenerar la cultura en claves de servicio e implicación pública. La lógica del evangelio anima a ello poniendo en juego los valores del riesgo, la paciencia, la esperanza y el realismo. Las Bienaventuranzas, y La Última Cena, por ejemplo, suponen una invitación a observar las tensiones y sufrimientos del presente militando contra todo cuando quiere hacer imposible el futuro de los pobres y los heridos. El reto, pues, es cómo hacer para el a cultura inspire también el orden económico y político. Es decir, establecer cauces para que la solidaridad se abra pasado en nuestro mundo. El evangelio posee la capacidad política de hacerlo reforzando la interioridad y animando a la inserción en la transformación social.
U14470