El hombre es curioso por naturaleza; quiere ver "cómo andan las ruedas", y desde épocas remotas ha procurado penetrar los secretos del universo; pero sólo en los últimos tiempos, con la ayuda del telescopio, el microscopio y demás instrumentos científicos, ha podido llevar sus pesquisas hasta el corazón mismo de la naturaleza y hacer descubrimientos que ni siquiera había soñado. Ello ha estimulado inmensamente su deseo de saber, y la investigación científica se desarrolla hoy con intensidad, paciencia y éxito nunca vistos. Veamos algunos de los resultados de esa investigación.
La primera impresión que el hombre recibió al contemplar el mundo que lo rodeaba fue que existían dos especies de cosas: las visibles y las invisibles. Había piedras, árboles y toda suerte de cuerpos que podían ser vistos y tocados; y también había fuerzas invisibles, que se manifestaban en el viento, en el crecimiento de las plantas y los animales, y en la mente del hombre mismo. Lo natural era suponer que había espíritus, semejantes al propio espíritu del hombre, que habitaban la tierra y el cielo, y cuyo poder se veía en la marcha de las nubes, en el movimiento de las ondas del mar y en la germinación de las semillas. Cuán difundida y poderosa fue esta idea se puede comprender por la prevalencia de las distintas religiones animistas, según las cuales el principal empeño del hombre era dominar o pacificar como mejor pudiera a esos espíritus invisibles.
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