El período de la historia de la teología que, en algunos de sus aspectos, estudiaremos en las páginas que siguen es uno de los más notables jamás vividos para la Iglesia Cristiana. El siglo XIX - que, juntamente con algunos años del XX, constituye el tema de nuestro estudio - muestra la confluencia de varias corrientes que resultan en una complejidad de ideas, en una carencia de uniformidad fascinante y sin embargo confusa, muy distinta de la teología de trescientos años antes, pero que, en cambio, recuerda la vida de la iglesia primitiva.
En el período patrístico, si algún teólogo era ortodoxo en cuanto a la persona de Cristo, gozaba siempre de cierta libertad respecto a otros temas doctrinales, tales como la expiación o la escatología. Esta libertad fue desapareciendo lentamente; en la Edad Media la tradición ya había tejido ya fuertes lazos, y en el siglo XVIII tanto los escritores católico-romanos como los protestantes se hallaban atados por lo detallado de sus credos. Al comenzar el siglo XIX, la situación era muy distinta. Durante las últimas tres o cuatro generaciones, los hombres han estado generando nuevas interpretaciones. Como consecuencia de ello, surge un nuevo interés en la teología, y este interés tiende a destruir el estancamiento en que ésta había caído.
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