De la lectura de los Evangelios se desprende muy claramente que Jesús no entendía la religión como amuleto protector, ni practicaba la piedad religiosa para asegurarse el bienestar personal. En contraposición a otros sistemas religiosos de su día - y del nuestro - que daban preeminencia a ciertos dogmas, o que basaban la salvación del hombre en la relación que este sostenía con determinada organización eclesiástica o, lo que era más común, en el cumplimiento de toda regularidad de tales o cuales ritos, Jesús insistía en que ninguno de estos requisitos era fundamental en el orden de vida que él estaba revelando al mundo.
Lo básico en la vida es la actitud que asume el hombre frente a la vida, y el carácter o la personalidad que esta actitud engendra. El cristianismo - enseñaba Jesús - es una actitud distinta de todas las demás y la única que cuenta con el apoyo del cosmos. Jesucristo, en su carácter y persona, se consideraba el exponente perfecto de lo que esa actitud y ese carácter deben ser.
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