El discurso siempre se recorta y aparece bajo la forma de alguna política del discurso sonando en la orquesta de la que forma parte.
Consideramos el discurso constituido por dimensiones anudadas: simbólica, ideológica y real.
La propiedad significante del discurso es del orden estructural mientras que el signo es arbitrario, ideológico, por tanto, clasista, epocal, instrumento de poder, coagulante de la emergencia subjetiva, pero, a la vez, inevitable.
Las políticas a las que nos referimos tienen la misma estructura que el sujeto: estructura de discurso, por lo que van al núcleo inconsciente y de la falta que lo constituye que, como escribimos, se registra en distintas dimensiones: insatisfacción del deseo, parcialidad de la vivencia pulsional y desencuentro amoroso. Su poder basa las estrategias y sus tácticas en hacer promesa en torno a la realización de todos los deseos, un plus de vivencia y la ilusión de la completud. "...síganme que no los voy a defraudar..." "nada te faltará...". Operan desde el lugar de los amparos ofreciendo sus amos con los que el sujeto se identifica ante lo amenazante de la insatisfacción y de lo que esconde y devela el malestar pero nunca podrán deshacerse de lo inherente a su constitución.
Podemos considerar la dimensión ideológica en relación a su intencionalidad de dominio. En este punto nos surge la pregunta si el dominio como fundamento de la ideología no se asienta en la falla del dominio subjetivo de ligadura, teniendo en cuenta que esta falla es solidaria de la falta constitutiva.
El dominio en esta dimensión resiste al trabajo de ligadura, presta sus servicios a la ideología que, por lo tanto, nunca promoverá la práctica analítica pues es el lugar donde lo no ligado puede empezar a hablar, el dominio a pasar por el recorrido significante y la ideología a banalizarse, a perder su consistencia y, por lo tanto, relativizar su poder.
U14083