Existen en la vida de oración peligros en que suelen caer los distraídos.
Todos nos enfrentamos con momentos de especial dificultad. Es necesario saber cómo encararlos para impedir que nos desvíen de la meta de interrumpida comunión con DIos.
Sin percatarse puede el principiante deslizarse hacía hábitos que hacen desaliñada su vida de oración, hábitos que en última instancia lo han de frustrar.
Somos naturalmente proclives a exagerar la importancia de los sentimientos. Estos pueden, en los comienzos de la vida del recién convertido, ser de gozo intenso. Pasado el primer momento, suele producirse la reacción emocional y la oración cobra entonces un cierto grado de monotonía. Una de las primeras lecciones a aprender es la de seguir orando, sintamos o no a Dios.
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