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La Doctrina de la Seguridad Nacional -que al decir de los obispos latinoamericanos en Puebla es más una ideología que una doctrina- tiene poca antigüedad y ellos explica más de una perplejidad en torno a los poco que, en profundidad, se ha discutido y estudiado el tema. Es que, por sabido, no se puede soslayar la referencia: históricamente, la doctrina de la seguridad nacional nació al calor de dos hipótesis que generó el mundo de la segunda postguerra: la bipolaridad y la guerra generalizada. El observador agudo convendrá en que la tesis de la guerra generalizada deviene de la noción de bipolaridad. Lo que importa subrayar es que ambos conceptos nacieron con categoría de axiomas: son verdades que no necesitan demostración. Y detrás de tales axiomas de innecesaria demostración se instaló el argumento central: es menester adaptar a los Estados -fundamentalmente a los periféricos, a los del subdesarrollo- a las necesidades de la guerra permanente generada por el enfrentamiento bipolar.
Alguien observó cómo, en el inicio del tema, medió una cuestión de lenguaje. La tesis de la defensa nacional fue cediendo paso a una innovación que iba a demostrarse que trascendía a los vericuetos del lenguaje: seguridad sustituyó a defensa casi como de contrabando, sin hacerse luz en torno a la intencionalidad final del cambio expresivo.
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