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Miércoles, 10 Julio 2019 10:49

Reflexión por Día Mundial del Metodismo

"Yo considero al mundo entero como mi parroquia"

Alfred William Hunt: John Wesley Preaching from His Father's Tomb (1830-1896)

 
“Por tanto, no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” (Romanos 8.1-2)
 
El pasado 24 de mayo, celebramos el Día Mundial del Metodismo, en memoria de lo que es considerado el momento fundacional del Movimiento Metodista, gracias a la famosa experiencia del Corazón Ardiente vivido por el Reverendo John Wesley en la capilla de la Unitas Fratrum (Iglesia Morava) de la calle Aldersgate en Londres, precisamente hace 281 años atrás.

 

Reconocer a la experiencia espiritual (en el sentido del geist/espíritu de la filosofía idealista alemana) de una persona particular como el momento liminar en que diera comienzo un movimiento socio-religioso de las características del Metodismo, precisamente permite condensar en la figura de uno de sus líderes más conspicuos e intelectual-teólogo de dicho movimiento, una espiritualidad y un sentir de época, en la que el encuentro con Dios y el posterior caminar de fe, no se encontraba desencajado del mundo y de la historia, sino que más bien invitaba a una renovación que abarcaba todas las dimensiones de la vida humana (incluida nuestra vida en relación a la naturaleza entendida como creación divina), centrada en el amor a Dios y el amor al prójimo.

 
Recordemos a Wesley en el relato de su propia experiencia de transformación personal, en el encuentro con Dios vivido aquel día:
 

“En la noche fui de muy mala gana a una sociedad de la calle de Aldersgate, donde alguien estaba dando lectura al prefacio de la Epístola a los Romanos de Lutero. Cerca de un cuarto para las nueve de la noche, mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón a través de la fe en Cristo, yo sentí un extraño ardor en mi corazón. Sentí que confiaba en Cristo, solo en Cristo para la salvación, y recibí una seguridad de que él me había quitado todos mis pecados, aun los míos, y me había librado de la ley del pecado y de la muerte. (Romanos 8:2)” (Obras de Wesley, Tomo XI, Diario, 24 de mayo de 1738)
 
Confiar en Cristo, solo en Cristo para la salvación (que nos retrotrae al Solus Christus de la Reforma Protestante) y tener la seguridad del perdón de los pecados por la mera gracia de Dios (la Sola Gratia, también enfatizada por la Reforma) la cual era aceptada mediante la fe (Sola Fide), precisamente podía hacer ver que la liberación de la ley del pecado y de la muerte, constituía el salto hacia una nueva vida, trazada por la santidad y la justicia puesta al servicio de nuestro prójimo en el amor.
 
De esta manera, espiritualidad, pensamiento y ética, no quedaban escindidas entre sí sino que se proyectaban como una visión holística acerca de la religión y la vida en comunidad, en la que el sentido de la santidad quedaba enmarcada en lo que Wesley llamara Scriptural Holiness (Santidad Bíblica), una forma de vida y de estar en el mundo, trazada por un profundo sentido de solidaridad y justicia tanto en lo personal como en lo social. Es así que el mismo Wesley llegó a decir: “Quiero reformar a la nación, particularmente a la iglesia, y esparcir la santidad escritural sobre toda la tierra”.
 
En este sentido, es fundamental traer a la memoria, el suelo social y cultural, el humus que permitiera la emergencia del Metodismo en la historia. Y es que el Metodismo desde sus orígenes abrevó de una determinada tradición protestante, que estaba ciertamente presente en la matriz ideológica de las así llamadas dissident churches o iglesias disidentes de Gran Bretaña, tradición que si bien tenía contactos con el protestantismo de la Europa continental, presentaba sus propias particularidades al haberse desarrollado en el contexto geográfico y político de las Islas Británicas: estamos hablando del puritanismo y de su impronta dejada a lo largo de la historia británica a partir de las Guerras Civiles Inglesas (1642-1651), la instauración de la primera y única Commonwealth (o República) de la nación, y por último, la consolidación del sistema político inglés moderno en el marco de la Bill of Rights (o Declaración de Derechos) de 1689.
 
De allí la importancia que en la teología del Movimiento Metodista tuviera la consideración de la religión como una religión social y la santidad bíblica como santidad a la vez personal, comunitaria y social: para el Metodismo desde un principio la transformación de las instituciones económicas, políticas y culturales formó parte constitutiva de su ética evangélica, partiendo siempre de un fuerte sentido de la justicia a favor de los/as más necesitados/as y de los/as marginados/as en la sociedad inglesa del siglo XVIII.
 
La famosa frase dicha por Wesley “I look upon all the world as my parish” (Yo considero al mundo entero como mi parroquia), refleja las características centrales de un movimiento inicialmente religioso y social, que surgiera en el marco de los clubes universitarios de Oxford (los históricos clubs estudiantiles) y que con el tiempo se transformaría en una society o sociedad religiosa de la Iglesia de Inglaterra, para después separarse y convertirse finalmente en una iglesia independiente, tanto en Estados Unidos de América como en Gran Bretaña. El teólogo wesleyano Howard A. Snyder así lo expone:
 
“El metodismo apareció como un movimiento de renovación dentro de la Iglesia de Inglaterra, pero se extendió pronto más allá del anglicanismo, en parte porque los primeros evangelizadores metodistas atrajeron a gente pobre y trabajadora que vivía al margen de la iglesia. Anglicanos de nombre, la mayoría de los primeros metodistas no conocieron de hecho ninguna otra iglesia o tradición que el propio metodismo.”
 
Es así que el Metodismo como movimiento, tendría desde su temprano surgimiento un enfoque teológico, ético y pastoral que acercaría a sus primeros miembros a los sectores más empobrecidos de la naciente sociedad industrial británica, lo cual haría que su misión no estuviera exenta de pensar las cuestiones macropolíticas y macroeconómicas de su tiempo desde distintos lugares: ya sea que se refiriera a la organización política de los Pueblos Originarios de las Trece Colonias (hoy Estados Unidos de América), ya sea que se pensara en la vida comunitaria de las distintas etnias africanas diezmadas por los esclavistas o se tratara de abordar la problemática socio-económica de Gran Bretaña para esa época -sobre todo en lo referido a la pobreza y explotación en la que se encontraban inmersas las grandes masas de mineros, obreros de fábricas y campesinos, a partir del surgimiento de la etapa industrial del capitalismo- el Movimiento Metodista precisamente se construyó a partir de la fuerte urdimbre que se diera entre la naciente cuestión social moderna y la vida de fe.
 
Hacer memoria precisamente sobre esto, sobre el vínculo indisociable entre espiritualidad, reflexión y acción ética dadas tanto en John Wesley como en el emergente Metodismo cual fenómeno socio-religioso, permite repensarnos en el presente y también abrir nuestra mirada hacia el futuro, donde la renovación de la vida en todos sus aspectos puede ser transformada por la gracia de Dios en Cristo: la experiencia de Wesley en Aldersgate fue una experiencia que abrevó de un pasado, de una historia y de una tradición, pero que no se quedó allí, sino que se proyectó en el presente mediante la proclama del Evangelio y la lucha por la justicia, en el esperanza de que lo estatuido no tenía (ni aún tiene) la última palabra, sino más bien que dicha palabra la posee el horizonte liberador del reino/reinado de Dios, donde se harán manifiestos “un cielo nuevo y una nueva tierra” (Apocalipsis, 21.1). Al respecto el historiador británico Arthur Skevington Wood escribió:
 
“Los historiadores no han dudado en saludar a Juan Wesley como a uno de los primeros reformadores sociales de su siglo. Cuando la revista Gentleman´s Magazine (La Revista del Caballero) informó de su muerte, alabó sus logros de haber hecho “infinito bien a las clases inferiores de su pueblo”. El panegírico fue sobre todo para explicar que “por el trabajo humano de él y el de su hermano Carlos, se había introducido un sentido de decencia en la moral y la religión de las clases más bajas de la humanidad; el ignorante había recibido instrucción; el infeliz, alivio; y el abandonado, restitución”

Es por ello que en el Día Mundial del Metodismo, también nosotros/as mismos/as somos convocados/as a considerar -como John Wesley siglos atrás- al mundo entero como nuestra parroquia, para transformarlo a la luz del Evangelio y “esparcir la santidad bíblica sobre toda la tierra”.
 
Oración: Dios de la vida y de la gracia, en quien mediante tu Hijo Jesús encontramos la salvación de la ley del pecado y de la muerte, revélate en la historia y en nuestras vidas una vez más con el fin de construir un mundo nuevo, a la luz de la resurrección y de tu reino que viene, para caminar en santidad y justicia junto a nuestros/as hermanos/as más pequeños/as, así como lo hiciera John Wesley en agradecimiento permanente a la nueva vida que nos das en Cristo y en el poder de tu Espíritu Santo para vivir en el amor. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Luis G. Vásquez
Capellán – Pastoral Universitaria
UCEL
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